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En el corazón de las provincias de Pichincha y Cotopaxi, Ecuador, se encuentra un tesoro escondido: las haciendas que ofrecen una experiencia única de turismo rural. Este recorrido no solo permite disfrutar de la belleza natural, sino que también invita a sumergirse en la historia y las tradiciones del campo ecuatoriano. Desde la Hacienda Las Cuevas hasta la Hacienda Sierra Alisos, cada parada es un descubrimiento.
El viaje se inicia por la vía a Papallacta. A solo 5 kilómetros, un desvío a la derecha nos lleva hacia Mulaluco y, finalmente, a la Hacienda Las Cuevas. La señalización es clara y los lugareños conocen bien el camino. Tras un trayecto de 15 minutos por una vía pedregosa y empinada, llegamos a este lugar mágico. Al arribar, nos recibe un hermoso lago rodeado de eucaliptos y una casa que parece fusionarse con la montaña. La historia de esta hacienda se remonta a los años 70, cuando Álvaro Bustamante, un ingeniero civil, decidió construir su hogar alejado del bullicio del mundo. Tras años de esfuerzo y desafíos, hoy es un hotel cinco estrellas que ofrece una experiencia única.
La hacienda no solo es un lugar para descansar; también ofrece actividades como elaboración de quesos, paseos a caballo y ciclismo. Nos dirigimos al restaurante con vista al valle de Pifo para disfrutar de un delicioso desayuno con productos locales. Aprender a hacer queso fresco fue una experiencia gratificante que complementó la visita. Después del desayuno, exploramos los alrededores: caminatas por senderos naturales y una gruta dedicada al jacuzzi nos permitieron relajarnos y disfrutar del paisaje. La conexión con la naturaleza es palpable en cada rincón.
El viaje continúa hacia Hato Verde, ubicado en Cotopaxi. A solo 100 kilómetros de Las Cuevas, este lugar destaca por su arquitectura colonial y su ambiente familiar. Al llegar, fuimos recibidos por María del Rosario y César, quienes comparten su pasión por la vida rural desde 2005. El almuerzo fue una delicia típica: fritada acompañada de papas y salsa de ají. Luego, exploramos los establos donde César cría caballos angloárabes y árabes. Esta experiencia nos permitió conectar con el campo y disfrutar de la tranquilidad que ofrece.
A solo 20 minutos se encuentra San Agustín de Callo, una hacienda que también es sitio arqueológico. Su historia se remonta al siglo XV, cuando era utilizada como fortaleza inca. La mezcla de estilos incas y coloniales se refleja en su arquitectura única. Alimentar a las llamas fue uno de los momentos más memorables. La cena fue exquisita: ají de carne y pollo a la naranja en un entorno mágico con vistas al Cotopaxi. Las habitaciones son espaciosas y acogedoras, perfectas para descansar después de un día lleno de aventuras.
El siguiente día nos llevó al Hotel Tambopaxi, situado dentro del Parque Nacional Cotopaxi. Despertar con vistas al volcán es una experiencia inolvidable. El desayuno fue abundante y delicioso, preparándonos para una jornada llena de actividades al aire libre. Decidimos realizar un paseo a caballo por los alrededores del volcán. Vestidos adecuadamente para el clima frío, disfrutamos del silencio interrumpido solo por el sonido del viento y el galopar de los caballos.
A unos 20 kilómetros se encuentra la Finca-Hotel Cotopaxipungo, donde su arquitectura tradicional española se mezcla con el paisaje montano. La atención personalizada del personal hace que cada huésped se sienta especial. El almuerzo aquí fue otro deleite culinario: ají de queso seguido por cerdo al horno. Caminamos por senderos rodeados de aves locales antes de continuar nuestro recorrido hacia El Rejo.
En El Rejo nos recibieron con un canelazo mientras observábamos un rodeo nocturno que celebra la cultura andina. La cena consistió en cerdo asado acompañado por papitas en mantequilla; una experiencia gastronómica auténtica que culminó con pastel de chocolate.
Finalmente, llegamos a Hacienda Sierra Alisos, donde Raúl y Paola nos ofrecieron una cálida bienvenida. Aquí, la conexión con la naturaleza se siente profundamente. Disfrutamos de un desayuno saludable antes de recorrer los senderos guiados por Raúl. La ceremonia ancestral que realizamos para conectarnos con la Pachamama fue una experiencia transformadora que nos permitió reconectar con nuestros sentidos y liberar el estrés acumulado.
Un legado cultural y natural
Este recorrido por las haciendas de Pichincha no solo fue una escapada turística; fue una inmersión en la cultura ecuatoriana y sus tradiciones rurales. Cada hacienda visitada ofreció algo único: desde gastronomía auténtica hasta experiencias enriquecedoras en contacto con la naturaleza. Sin duda, Pichincha se revela como un destino ideal para quienes buscan desconectarse del ritmo urbano y sumergirse en la paz del campo ecuatoriano. Las haciendas no son solo lugares para hospedarse; son historias vivas que invitan a ser exploradas y apreciadas por todos aquellos que desean descubrir lo mejor del turismo rural en Ecuador.

F:EL COMERCIO

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