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Los incendios en Ecuador han quemado 40.917,55 hectáreas de cobertura vegetal a nivel nacional en 2024.

Ecuador se enfrenta a una seria sequía, que ha dejado consecuencias devastadoras por la crisis energética y los incendios forestales, particularmente las provincias de Loja, Azuay y Pichincha, que son las que más pérdida de cobertura vegetal han sufrido en 2024, según datos de la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos (SGR).

Además de los incendios, las sequías tienen otras consecuencias de gravedad para la flora y fauna local, aunque esto depende de los ecosistemas que sufren esa falta de agua. Estos y más temas serán discutidos en el foro ‘Sostenibilidad, una apuesta inteligente’, organizado por Diario EL UNIVERSO, que tendrá lugar el próximo 9 de octubre a las 10:00, en el Aula Magna de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo.

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Julián Pérez-Correa, jefe de Biodiversidad de la facultad de Ciencias de la Vida de la Espol, explica que las especies del bosque seco tropical, por ejemplo, están adaptados a la falta de agua, y hay especies que incluso se entierran ellas mismas bajo la tierra, entrando “en un estado de dormancia”, deteniendo temporalmente sus procesos biológicos hasta que llegan las lluvias. Esto pasa principalmente en anfibios.

La flora y fauna de ecosistemas que dependen mucho más de la presencia del agua, como páramos y bosques tropicales, en cambio, enfrentan diversos problemas.

Una de estas es la escasez de alimento. La cobertura vegetal, afectada por la falta de agua o directamente quemada en incendios, es la que provee de comida a las especies, y la falta del mismo genera competición por recursos.

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Algunos animales modifican su dieta para adaptarse a las condiciones. En casos particulares, según Pérez-Correa, podrían incluso recurrir al canibalismo.

Otro es la migración forzosa, en la que especies de animales dejan los lugares donde usualmente viven. “Es posible que se encuentre a animales salvajes, vida silvestre” cerca de zonas urbanas, creando conflictos entre los ejemplares y los humanos y sus mascotas, que podrían atacarlos, explica Pérez-Correa.

Hay ciertas especies que son menos adaptables que otras: los anfibios, por ejemplo, no tienen gran movilidad, y muchos no pueden entrar en estado de dormancia para protegerse.

“Si es que los anfibios están en época reproductiva, esta depende del agua. Pueden perderse generaciones completas de estos organismos”, indica Pérez-Correa.

Cualquier intento de reforestación en zonas quemadas debe ser técnico

El resultado más obvio de las sequías (y sus consecuentes incendios) es la destrucción directa de hábitats. A partir del incendio de Guápulo en Quito, que inició el pasado 24 de septiembre, surgieron distintas iniciativas ciudadanas en redes sociales para reforestar las zonas afectadas.

Sin embargo, un esfuerzo de reforestación debe ser realizado de forma técnica, de acuerdo a Pérez-Correa: no se trata solamente de ir a sembrar semillas o transplantar árboles sin una planificación.

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“Primero hay que identificar cómo está la microbiota del suelo y utilizar bacterias similares, usar plantas pioneras, que son las que llegan primero cuando hay un área completamente descubierta (…). Hay que seguir esos procesos para no cometer los errores de siempre”, dice el experto.

Las cifras de incendios forestales, recogidas por la SGR, evidencian un aumento del 76,8 % en hectáreas (ha) de cobertura vegetal perdidas por el fuego desde el 29 de septiembre de 2023 (23.135,063 ha) al mismo día de 2024 (40.917,55 ha).

Los casos individuales de incendios forestales también han aumentado, de 2.476 hasta el 29 de septiembre del año pasado, a 3.550 en 2024, un incremento de más de 1.000 incendios.

Así, las tres provincias más afectadas en 2024 son Loja, con 18.142,34 ha de vegetación quemada, representando el 44,34 % del total nacional; le siguen Azuay y Pichincha con 5.459,50 y 4.548 ha perdidas respectivamente.

F: EL UNIVERSO

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