Emiliano Montoya (88 años) y Norma Silva (77) han sido testigos de los momentos más felices, tristes y anecdóticos de Barcelona desde hace 43 años.
Y es que vivir literalmente en el ingreso al estadio Monumental los ha vuelto testigos obligados de momentos trascendentales del equipo como cuando se levantaron las paredes del escenario, hasta vivir finales de campeonatos nacionales, y una que otra ‘travesura’ en las concentraciones, como ellos dicen.
Por sus nombres, pocos o nadie reconocen a don Emiliano y doña Norma; sin embargo al mencionar la tienda ‘Esquina del Ídolo’ más de uno señala a su casa. Hoy, la pareja de esposos ya no tiene las fuerzas de antaño. Sus cabellos canosos, lento caminar y baja tonalidad al hablar demuestra que los años han pasado, pero su pasión por el club sigue igual de intacta.
Vivir a 20 pasos del acceso al estacionamiento oeste del estadio les cambió la vida. Actualmente las paredes de la esquina de su casa y negocio están adornadas con grafitis de escudos, frases e iniciales que rinden homenaje al equipo. Y es que le deben todo, añaden.
Desde la primera piedra.
En la planta baja funciona la histórica tienda que da a la avenida Barcelona, en el suroeste de Guayaquil. Cuentan que en 1990 la prensa deportiva popularizó el nombre Esquina del Ídolo a su hogar, porque allí se concentraba la barra Sur Oscura. Eso, sin contar que históricos como José ‘Pepín’ Gavica, José Francisco Cevallos, Jimmy Montanero y Raúl ‘Pavo’ Noriega solían pasar para comprar refrescos o snacks luego de los entrenamientos.
“Comencé vendiendo galletitas y sanduchitos. Cuando había partidos hacía sequito de pollo o de gallina. Los que venían de trabajar del estadio también nos compraban”, recordó Norma, quien junto a su esposo levantó su hogar en la década de los 80.
Oriundos de Santa Lucía, provincia del Guayas, don Emiliano, doña Normita y sus hijos (Betty y Maximiliano) se mudaron a Guayaquil en 1981 por iniciativa de un familiar.
“Mi cuñado era empleado de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Él cuidaba estos cerros que antes de la creación del estadio (11 de octubre de 1985 se colocó la primera piedra) era una cantera de piedra molida”.
Don Emiliano rememora el ‘negocio’ con los obreros de la construcción de ese entonces: “Me pagaban la comida con sacos de cemento. Venían calladitos, sin hacer mucha bulla (sonríe). A veces nos cambiaban hasta cinco sacos al día y así arrancamos a hacer la casita que era de cañita”, manifiesta.
Amarillo dentro y fuera.
Una vez establecido el negocio, el hombre se dio cuenta de que los ingresos no eran suficientes; de ahí que aprovechando su popularidad en el sector, recibió una oferta laboral en Barcelona. “Trabajé 25 años en el club. Me conocían como ‘Montoya’. Fui guardián de suites, cuidaba carros, hacía encargos, les compraba afeitadoras a los jugadores en la tienda porque era la única. A todos los muchachos los acolitaba y jodía también”, dice entre risas.
Incluso se convirtió en el cupido del equipo. Las jóvenes que esperaban a los jugadores posterior a las prácticas solían llamarlo para que les entregara cartas con insinuaciones amorosas. “Yo les decía: ‘una linda pelada te manda este papelito’ y se armaba el relajo. ‘¡Ahí viene el alcahuete de fulano!’”, le gritaban. Las fans a veces lograban su objetivo.
Secretos escondidos
Un día, mientras Emiliano cuidaba las inmediaciones de las canchas alternas, Sigifredo Agapito Chuchuca observó cómo uno de los históricos arqueros, de quien prefirió mantener el anonimato, mantenía relaciones sexuales a plena luz del día.
“Eran terribles. A veces ni las rejas que los separaban del exterior eran impedimento… Yo era guardián y me comía toda esa película”, recordó con picardía.
F: Extra
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