SHAICRISRIZ BANNER 970X240
SHAICRISRIZ BANNER 2 970X240
BANNER-970X240
previous arrow
next arrow

La primera cooperativa del lago contribuye a reducir la basura plástica y a la conservación. Sus miembros son agentes de cambio en sus comunidades.

El lago de Atitlán, el tercero más grande de Guatemala y el más profundo de toda Centroamérica, es una de las joyas turísticas del país. Se ubica en la región suroccidental de Sololá, y es custodiado por tres volcanes que perfilan un paisaje majestuoso. Para los pobladores que habitan en sus alrededores, este inmenso cuerpo de agua simboliza una abuela ancestral, una deidad femenina tal como la labor de quienes hoy la cuidan y lo tratan de rescatar de la contaminación.

Mujeres como doña Encarnación Ujpan Ujpan, doña Francisca Pérez Mendoza y doña María Pérez Mendoza. Las tres son indígenas mayas de la etnia kaqchikel, de Santa Cruz La Laguna, una de las tantas aldeas alrededor del lago. En su comunidad, elaboran coloridos tejidos con fina sedalina e hilo mish, al tiempo que trabajan como recolectoras de basura.

Es día de evacuación de los materiales y las mujeres, enfundadas en sus trajes tradicionales y con el cabello recogido en la tela de lana de sus tocoyales, bajan y suben a pasos rápidos y ágiles por uno de los embarcaderos del lago. Acostumbradas ya a esta fatigosa labor, van retirando los pesados costales llenos de desechos de la lancha para subirlos a los camiones rumbo a la capital, donde serán reciclados.

Los enormes sacos que cargan de un lado a otro contienen los kilos de vidrio, cartón y plástico que en el último mes recolectaron, separaron y limpiaron para venderlos a grandes empresas. En eso consiste la actividad que desarrollan dentro de la cooperativa Atitlán Recicla, la primera de su tipo en Centroamérica conformada sólo por mujeres.

Creada en el 2017 como un proyecto con enfoque social y ambiental, la iniciativa cuenta en la actualidad con casi 100 pobladoras indígenas de la Cuenca del lago Atitlán, que encontraron en la labor de mantener su entorno limpio un recurso económico.

Algunos de los municipios donde viven estas mujeres no tienen acceso por carretera para trasladar los materiales hasta los centros de acopio, así que muchas de ellas, como Encarnación, María y Francisca, tienen que transportarlos primero cruzando el lago en lancha desde lugares como Santa Cruz, hasta el muelle de Tzununá, municipio que sí cuenta con camino terrestre y que forma parte de los 15 que participan en la iniciativa.

Desde que comenzó, hace siete años, la agrupación de mujeres ha conseguido que aproximadamente 45.000 quintales de desechos —4.500 toneladas, que hubieran sido quemadas o arrojadas a los ríos—, sean destinadas a tener una segunda vida. Para Darling Salguedo, coordinadora de Atitlán Recicla, esta región de Guatemala se ha convertido en una de las zonas pioneras en reciclaje: “Casi toda la recuperación de desechos en el resto del territorio la hacen los llamados guajiros, como se les conoce coloquialmente a quienes recogen los materiales de los vertederos municipales y de los clandestinos e irregulares, que son una gran mayoría en el país”.

El lago que la cooperativa trata de conservar libre de plásticos y uno de los destinos que más turistas acoge anualmente recibe una descarga de aguas residuales tan elevada como peligrosa para la salud humana. Gran parte de la población del sur de la cuenca la para consumo directo. Sin embargo, diversos estudios científicos han evidenciado una presencia muy alta de cianobacterias y bacterias fecales, además de partículas tóxicas, entre otros contaminantes. “Gracias al trabajo de estas mujeres se evita al menos que muchos desechos reutilizables acaben en la naturaleza”, apunta Salguedo.

“Lo hacemos por el medio ambiente y para sobrevivir. Nos enorgullece llevar ese pequeño ingreso a casa”, dice Cindy Karina Dionicio Tuj, de 33 años, y presidenta de la cooperativa desde abril. Es originaria de Santa Clara de la Laguna, territorio maya k’iche’, en el que las mujeres subsisten de la artesanía que elaboran. Pero esa labor no es suficiente para llegar a fin de mes. “La recolección nos ayuda a obtener un aporte extra con el que comprar alimentos y sacar adelante a nuestros hijos”, asegura la lideresa.

Además de reducir la contaminación de residuos sólidos, su trabajo en la cooperativa, una iniciativa impulsada por la organización privada Amigos del Lago de Atitlán, supone además el empoderamiento social, ambiental y económico de las mujeres indígenas de Sololá, una de las comarcas más pobres y con mayores índices de desnutrición en todo el país. De acuerdo con un informe de la ONU, se trata de uno de los cinco departamentos con los mayores niveles de inseguridad alimentaria de Guatemala.

 

“Con este trabajo sacamos poquito, pero es más que nada”, dice Santos Tepaz, que habla mezclando el español y el kaqchikel, la lengua maya con más presencia en esta región. Originaria de Tzununá, es la lideresa de las recicladoras de su comunidad, un trabajo que fue difícil poner en marcha. “La parte sociocultural del proyecto ha resultado la más difícil. Costó mucho trabajo que las mujeres tuvieran apoyo de sus esposos o de su familia. Hay un fuerte rechazo a que ellas se desarrollen fuera de su casa”, explica Salguero. Según cuenta, al principio, las mujeres iban a trabajar a escondidas de sus maridos, padres e hijos varones. “Salían un ratito y rápido se regresaban a la casa. Es que el machismo es todavía muy fuerte en algunas comunidades, quitándoles no sólo la oportunidad de un empleo, sino de desarrollarse en lo personal. Por eso, impartimos diversos talleres no solo de concientización ambiental, sino de empoderamiento y de masculinidades positivas. Y ya vamos viendo un cambio en algunos municipios”, detalla la coordinadora.

“¡Para ellos somos ‘las sucias!’”

“En mi caso no fue tan difícil porque antes trabajaba en la municipalidad. Y mi marido siempre me ha apoyado. Pero no es así para el resto”, lamenta Dionicio. Las mujeres tienen que sortear otra barrera: el estigma que supone hacer del reciclaje un empleo. “Cuando salimos a por materiales en vez de llamarnos por nuestros nombres se refieren a nosotras como las que recogen basura en forma de burla. ¡Para ellos somos las sucias!”, relata Tepaz.

 

“Estas mujeres traen la autoestima muy baja, al principio ni hablaban. ¡Les daba miedo hasta expresarse!”, expresa Salguero. “Pero, gracias a las capacitaciones y después de compartir experiencias unas con las otras, han agarrado mucha confianza y se han convertido en agentes de cambio de sus comunidades”.

 

F: El PAÍS

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

toyota slyder 970x240
toyota slyder2 970x240
toyota slyder3 970x240
previous arrow
next arrow