Debemos cambiar y esforzarnos en tener un Estado eficiente, que genere certezas, certidumbre y no zozobras…
El presidente de la nación debe ser un líder estadista, que tome las decisiones, especialmente las más importantes y trascendentes, luego de un ‘proceso’ en el cual haya, por lo menos: un análisis de la situación; asesoramiento de expertos y técnicos; establecer alternativas de solución, valorar ventajas y desventajas; reflexionar y decidir; comunicar de la mejor manera posible; luego, dirigir y hacer supervisión y control de la organización y los planes en ejecución. Los asesores y comisiones están para presentar estudios y recomendaciones con base en las directrices y la visión general del presidente.
Nadie medianamente informado puede decir que es fácil liderar y administrar un país en tiempos difíciles e inéditos. Vivimos con un Estado ineficiente, atravesado por corrupción casi generalizada (funcionarios, instituciones y empresas públicas involucradas en casos de corrupción investigadas por la Fiscalía); inseguridad diaria; economía casi en recesión, deuda descomunal, déficit fiscal permanente; y crisis energética sin precedentes.
Dudo que sea sencillo gobernar con una Asamblea (con ‘jefes’ de partidos, movimientos y bancadas que tienen agenda e intereses propios) con características como la que tenemos, opuesta a casi todas las iniciativas y proyectos, por buenos que sean para el país y el bien común.Por otra parte, tampoco es sencillo gobernar con una sociedad preocupada de sus cosas y problemas; en muchos casos, ajena a la administración del Estado. Debemos cambiar y esforzarnos en tener un Estado eficiente, que genere certezas, certidumbre y no zozobras; ser una sociedad fuerte, decidida, empoderada y, sobre todo, unida en propósitos y objetivos para cambiar el país; tener una constitución y leyes que permitan el progreso y desarrollo. Seamos optimistas, el Ecuador puede y debe tener un mejor futuro.
F: EL UNIVERSO
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