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Los orígenes de la violencia son complejos. Diversos estudios concluyen que las causas más próximas son la pobreza -derivada de las desigualdades y discriminaciones de diverso tipo-; la falta de políticas públicas en los ámbitos de salud, educación y empleo; y, la crisis profunda en las familias y el sistema educativo. A continuación, varios enfoques y líneas didácticas.
A lo anterior se suman otros problemas subyacentes como la violencia simbólica, acuñada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, que no es sinónimo de la violencia real que causa muertos, heridos y daños materiales.
Las prácticas de violencia simbólica son invisibles, porque corresponden a estrategias construidas socialmente, que se reproducen en los roles sociales, de género, estatus, estructuras mentales, ideológicas y de poder inconscientes, y son subterráneas e implícitas porque esconden la matriz comportamental de la sociedad. Michel Foucault decía que “el poder está en todas partes”. Y solo debemos “hacer visible lo invisible”.
Bourdieu y Gramsci fueron los pioneros en reconocer la denominada hegemonía cultural; es decir, “la imposición de un modelo cultural y la reproducción del dominio masculino sobre las mujeres mediante la naturalización de las diferencias entre géneros”, que alude a dos instituciones básicas: la familia y la escuela. Y no solo contra las mujeres, sino contra los que piensan, sienten y actúan de manera diferente. De ahí que la violencia simbólica sea considerada como la madre de la violencia política, económica y criminal.
Si su raíz es cultural y radica en la violencia simbólica retratada por Bourdieu, que no se resuelve con tanquetas, armamentos y equipos tecnológicos, es decir, con la violencia institucional, el verdadero cambio estaría en trabajar en los valores humanos que transmiten las familias y en un nuevo tipo de educación preventiva -no domesticadora-, que forme y no deforme las conciencias.
Una advertencia previa: la familia y la escuela no se pueden reformar con decretos, leyes, con talleres o una varita mágica, porque son procesos culturales de largo plazo. Más, se puede trabajar en universos pequeños, con creatividad y una visión científica, proactiva y no solo reactiva.
Familia y escuela
La crisis de la familia es profunda y polisémica. La familia es la caja de resonancia del cuerpo social y, a su vez, el retrato de una sociedad permisiva e impregnada por la violencia simbólica, que está amplificada por las cuatro pantallas: la televisión, los video-juegos, el ordenador y el celular. Existen estudios sobre los impactos en las sensibilidades de niños y jóvenes.
La cara oculta de la familia esconde los altos índices de violencia intrafamiliar, que han desbordado los sistemas legales, judiciales y éticos. Y otros signos preocupantes: la maternidad prematura, la aparición de nuevos tipos de familia, la migración y la secuela de enfermedades psicosociales que desbordan la estructura familiar.
La escuela yace “adormecida”. Es un espacio de aprendizajes formales, asociados al currículo, casi siempre espeso y rígido, que repite modelos de pensamiento memorísticos, con excesivas asignaturas, que no inciden en las causas de la violencia escolar.
Sus acciones reactivas son conocidas: clases, cursos, asambleas, seminarios, denuncias, protocolos y papeles, mientras la violencia en las aulas prevalece bajo de diversas modalidades, fortalecida por el silencio y el temor a las represalias: desde el bullying hasta acosos virtuales y sexuales. ¿Cómo romper este círculo vicioso de la violencia que, al parecer, ha sido “normalizada”?
Una cultura de paz debe estar asociada a la realidad de cada comunidad educativa, e interconectada con otras organizaciones de la sociedad civil que permitan construir -sobre la base del diálogo informado- una propuesta perfectible de educación ciudadana, desde la gente y sus problemas antes que impuesta de manera vertical y obligatoria.
La alternativa es la construcción de un proyecto de educación ciudadana institucional, elaborado por sus actores, que parta de una línea-base (los problemas de violencia familia-escuela-comunidad), y diseñe estrategias específicas de cultura de paz, como eje transversal, que se fundamente en cuatro ejes, según Jacques Delors: aprender a conocer, a hacer, a ser y a vivir juntos. Y emprender juntos acciones de interacción para el enriquecimiento recíproco y el respeto a los demás.
En ese contexto, la educación ciudadana sería un camino, entre otros, para el logro progresivo de una cultura de paz integrada a la no violencia activa, con objetivos claros: desarrollar la capacidad crítica, aprender a negociar conflictos reales, compartir el daño ambiental y oponerse de manera radical a los atentados contra la vida y la dignidad humana.
La estructura educativa oficial pretende resolver estos problemas mediante asignaturas de Cívica y Ética, pero el tema de la violencia es más que materias sobre valores. Se necesitan políticas públicas integradas a procesos educativos y culturales, que conciernan a toda la sociedad, y de manera especial a las familias, los docentes, los padres de familia y los medios de comunicación. Los compromisos para la acción son necesarios, donde se privilegie la cultura de la participación y del diálogo.
La UNESCO identifica en un documento oficial los síntomas de la intolerancia: denigrar en lenguaje despectivo; utilizar estereotipos y burlas con prejuicios y acusaciones sin fundamento; hostigamiento, discriminaciones, degradación, intimidación, exclusión, segregación, represión y destrucción de adversarios.
También resalta algunos signos alentadores, que pueden ayudar a mejorar la convivencia humana: el lenguaje asertivo, el acatamiento de las leyes, el acceso a los beneficios sociales, la igualdad de oportunidades, el respeto a la dignidad humana, a las minorías (indígenas y afrodescendientes) y mayorías; el reconocimiento de los derechos adquiridos y la historia social, así como de las manifestaciones culturales y religiosas.
Trabajar la intolerancia y los derechos humanos puede ser una estrategia para una educación ciudadana eficiente, que implique, en la práctica, desarrollar proyectos contra toda forma de discriminación, en razón del sexismo, el racismo, el etnocentrismo, el nacionalismo, el fascismo, la xenofobia y la explotación de diversa índole.
Un banco de “buenas prácticas”
Una experiencia valiosa es la creación de un “banco de buenas prácticas” de educación para la paz y la no violencia activa -también sugerido por la UNESCO-, que consiste en recoger ejemplos para la resolución de conflictos en el ámbito escolar, con una perspectiva constructivista.
No se trata solo de tratar las agresiones, sino canalizar las energías subyacentes -sin juicios de valor-, con criterios profesionales y soluciones nuevas a viejos problemas, sobre la base del respeto, la comunicación directa y bien informada. La idea central es prevenir y transformar la violencia en oportunidades de aprendizaje colaborativo en la vida cotidiana, mediante modelos de mediación de conflictos.
Aprender a vivir juntos es posible mediante instrumentos que permitan mejorar las relaciones en las aulas, para que se ejerciten el aprendizaje en común y la aplicación de ideas positivas. ¡Un Centro de Recursos es una herramienta efectiva!
Existen materiales valiosos que podrían servir con el propósito de promover una educación ciudadana para construir una cultura de paz: folletos, carteles, dibujos, juegos, imágenes, bitácoras, cuentos, debates, guías, historias, periódicos murales, cartas a los diarios, manifiestos, actividades extraescolares, como visita a las ciudades patrimonio; proyectos de innovación educativa, entrevistas a personajes de la vecindad, planes de seguridad humana, clubes de paz, círculos de amigos, pactos de paz en las escuelas, convivencias, campañas en las redes sociales y blogs; bancos de recursos didácticos elaborados por los estudiantes para la educación ciudadana, celebraciones por el Día de los Derechos Humanos, el día mundial de la paz, el día contra el racismo y la xenofobia; programas de radio escolar, concurso de selfis sobre la paz, videos domésticos y video-foros, disco-debates, entre otros.
La educación ciudadana no se agota con un proyecto o campaña. La paz debe internalizarse en cada niño, joven y adulto para que se irradie en una sociedad anclada a los valores humanos, y de manera especial a la defensa de la vida, la democracia, el ambiente, la familia y la educación crítica.

F:EL COMERCIO

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