“(Rafael) Correa y (Jorge) Glas abusaron de sus cargos como expresidente y exvicepresidente de Ecuador, respectivamente, al aceptar sobornos, incluso mediante contribuciones políticas, a cambio de otorgar contratos gubernamentales favorables”. Esta es parte de la declaración con la cual el Gobierno de Estados Unidos informó su decisión de retirar sus visas, las de sus esposas y las de sus hijos mayores de edad a ese país.
El golpe moral es devastador. Para muchos, desde hace tiempo ya no alcanzan las frases de persecución y de cálculo político para tratar de justificar lo que por años se dijo -y en algunos casos se investigó y sancionó penalmente- respecto a lo ocurrido en aquella década.
Para sus hijos -y no es más que una simple suposición– no debe ser fácil ver a la cara, a sus amigos, a sus compañeros de clase o de trabajo, al resto de sus familiares. Para sus esposas -sigo con mi imaginación- debe ser doloroso mirar lo que han provocado sus compañeros de vida a ellas y a sus hijos.
Para sus hermanos y padres -los que les queden- debe ser preocupante, extenuante, mirar cómo sus vidas fueron conducidas hasta llegar a este punto.
¿Será suficiente argumentar amor a un proyecto político, a un supuesto bien mayor hecho durante su gestión? ¿Podrán dormir por las noches pensando en el nuevo peso que acaban de poner en las espaldas de sus hijos y sus esposas? ¿Les alcanzará las explicaciones para que tengan fe de que todo saldrá bien ante la cantidad de hechos que siguen ocurriendo? ¿Podrán decirles que valió la pena? Imposible saberlo.
Públicamente, la carta remitida por el expresidente, luego de conocer la decisión de Estados Unidos, es para sus admiradores, sus seguidores, sus fieles, sus devotos. Lo que les diga su líder simplemente servirá para que no bajen sus brazos, para que continúe el respaldo, para que no dejen de luchar por el corazón de su agenda política: él o su impunidad y, de paso, retomar los espacios de poder que han ido cediendo, para no volver a perderlos.
Lo han dicho centenas de personas y millones de veces, el Ecuador tiene problemas reales de pobreza, de exclusión, de desarrollo, de trabajo, de educación, de salud, de violencia, de institucionalidad democrática… La atención y los esfuerzos debieran dirigirse hacia ellos.
Lo de Correa y Glas es desde hace mucho un tema de la justicia, de rendición de cuentas, de transparencia, de moral pública, de ética. Y ahí es donde debe quedarse. Deben afrontar aquí o en el país que sea las consecuencias de sus actos. No debieran continuar arrastrando al resto del Ecuador -a través de los múltiples espacios políticos que manejan- a ayudarles a solucionar sus problemas, porque eso es lo que han hecho al seguir buscando en la política el escudo que no les corresponde.
Cuánta tinta, palabras y esfuerzo nos ahorraríamos si hubiera decencia frente a las acciones cometidas.F:EL COMERCIO
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